Paz al soltar

Kayla frunció el ceño mientras metía otro papel en una caja abarrotada que tenía una etiqueta que decía: «Entrégaselo a Dios». Suspirando profundamente, revisó las oraciones que ya había colocado en la caja. «Las leo en voz alta casi todos los días —le dijo a su amiga—. ¿Cómo puedo estar segura de que Dios me escucha?». Chantel le dio su Biblia y dijo: «Confiando en que Dios cumple su palabra y dejando las cosas en sus manos cada vez que escribes o lees una oración que le has hecho».

Jesús, nuestro todo

Con el gesto final del referí, la luchadora Kennedy Blades se convirtió en atleta olímpica 2024. Ella unió las palmas de sus manos, y levantándolas junto con sus ojos al cielo, alabó a Dios. Un periodista le preguntó sobre su avance en los últimos tres años, y esta atleta de élite ni siquiera mencionó su entrenamiento físico, sino dijo: «Me he vuelto supercercana a Jesús». Tras reconocer a Cristo como su rey, alentó a otros a creer en Él. Y agregó: «Él es la razón principal de que pueda llevar a cabo semejante cosa». En otras entrevistas, declaró fielmente que Jesús es todo para ella y la causa de todo lo bueno en su vida.

Una fe inquebrantable

Cuando Dianne Dokko Kim y su esposo se enteraron de que su hijo era autista, ella luchó con la posibilidad muy real de que su hijo cognitivamente discapacitado la sobreviviera. Clamó a Dios: ¿Qué hará él sin que esté yo para cuidarlo? Dios la rodeó con un sistema de apoyo de otros adultos que criaban hijos con discapacidades. Finalmente, en su libro Unbroken Faith [Una fe intacta], Dianne brindó esperanza de «recuperación espiritual» a otros adultos en su misma condición. A medida que su hijo se vuelve adulto, la fe de Dianne permanece inquebrantable. Confía en que Dios siempre cuidará de ella y de él.

Vivir con fe plena

Miles de personas en todo el mundo oraban por el hijo de tres años de Sethie, que había estado hospitalizado durante meses. Cuando los médicos dijeron que Shiloh «no tenía actividad cerebral significativa», Sethie me llamó y dijo: «A veces, tengo miedo de no estar viviendo con fe plena. Sé que Dios puede sanar a Shiloh y permitirle volver a casa con nosotros. También tengo paz si lo sana llevándolo al cielo». Asegurándole que Dios entiende como nadie, dije: «Te has rendido a Dios. ¡Eso es fe plena!». A los pocos días, Dios llevó a su precioso hijo al cielo. Aunque luchaba con el dolor de perderlo, Sethie dio gracias a Dios y a los que oraron. Dijo: «Estoy convencida de que Dios sigue siendo bueno y sigue siendo Dios».

Recordatorios útiles del Espíritu

Un año, acepté cantar en un evento deportivo de mi hijo. Cuando entré en el campo con los equipos alineados a ambos lados, cerré los ojos y oré. Después de cantar los primeros versos, me quedé paralizada. En ese momento, no podía recordar la siguiente línea. Un hombre detrás de mí susurró las palabras que había olvidado. En cuanto oí el útil recordatorio, canté el resto de la letra con confianza.

Propiedad de Dios

Un día, mientras vivía con mi mamá enferma, para cuidarla, visitamos una exposición de arte. Estábamos emocional y físicamente agotadas. Observé dos botes de remo de madera cubiertos de colorido arte murano inspirado en señuelos de pesca y arreglos florales. Estaban frente a una pared negra sobre una superficie reflectante: el Ikebana y botes flotantes. Esferas de vidrio moteadas y con rayas estaban apiladas en el bote más pequeño. Del casco del segundo bote se elevaban esculturas largas y curvas, como llamas ardientes. El artista había moldeado cada pieza de vidrio derretido con el fuego del proceso de soplar vidrios.

Extender el amor de Dios a tu prójimo

Un día de invierno en Michigan, un repartidor vio a una anciana quitando la nieve de su garaje. Se detuvo y convenció a la mujer de 81 años de que lo dejara terminar la tarea. Preocupada de que él entregara tarde los otros paquetes, ella tomó otra pala. Así trabajaron lado a lado durante casi 15 minutos, mientras sus vecinos miraban de lejos. «Estoy tan agradecida de que me ayudaras —dijo ella—. Te envió Dios».

Humilde pero amado por Dios

Un día, en la iglesia, saludé a una familia nueva. Me arrodillé junto a la silla de ruedas de su hijita, le presenté mi perra de servicio, Callie, y le elogié sus bonitas gafas rosa y sus botas. Aunque no podía hablar, su sonrisa me dijo que disfrutaba de nuestra conversación. Otra niña se acercó, evitando mirar a mi nueva amiga, y susurró: «Dile que me gusta su vestido»; a lo que respondí: «Díselo tú. Es amable, igual que tú». Le expliqué cuán fácil era hablar con nuestra nueva amiga aunque se comunicara de manera diferente, y cómo mirarla y sonreírle la haría sentir aceptada y amada.

Mejor que la vida

Después de otro problema de salud inesperado, fui con mi esposo y otras personas a un retiro en las montañas. Subí con dificultad la escalera hacia una pequeña iglesia en la cima de una colina. Sola en la oscuridad, me detuve a descansar sobre un escalón. «Ayúdame, Señor», susurré mientras comenzaba la música. Lentamente, llegué al pequeño salón. Respiré profundo aun dolorida, ¡agradecida de que Dios nos oye en el desierto!

Devolverle a Dios

Un año, los líderes de nuestra congregación nos invitaron a dar ofrendas, además de las semanales, para construir un gimnasio para servir a la comunidad. Después de considerar en oración los gastos médicos por padecer una discapacidad, le pregunté a mi esposo: «¿Estás seguro de que podemos hacerlo?». Él asintió y dijo: «No le estamos dando a Dios nada que…